Discencia Noosferica

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Noologia de Holopraxis

viernes, 27 de agosto de 2010

TEOTIHUACAN,CIUDAD DE DIOSES .....846 días y contando para la alineación Tierra-Sol-Ecuador Galáctico del 21/12/2012

TEOTIHUACAN,CIUDAD DE DIOSES 

Hace 2.000 años, una civilización se alzó en la meseta central de México, una sociedad misteriosa cuyo nombre no conocemos. Esta civilización construyó una ciudad vasta y gloriosa en el punto que los aztecas, los mayas y los olmecas consideraban como el origen del universo, el lugar donde literalmente los dioses crearon la tierra y los cielos. La ciudad era Teotihuacán, hogar de las pirámides del Sol y de la Luna, del templo de la Serpiente Emplumada y de la ciudadela, la urbe más grande del mundo de la época. Teotihuacan todavía se yergue a 40 kilómetros de ciudad México, en lo más alto de una árida meseta de lluvias ocasionales. En su apogeo, hacia el año 500 de nuestra era, llegó atener 200.000 habitantes: era más grande que la Roma imperial de la época, más grande que Bizancio y más grande que el Madrid de Carlos V, mil años después. Sus ruinas muestran un minucioso planeamiento urbano, digno de cualquier ingeniero contemporáneo, con barrios y avenidas amplios y funcionales. Sus grandes monumentos son uno de los muchos tesoros de México y un insondable rompecabezas para los arqueólogos de todo el mundo que buscan la respuesta a uno de los grandes misterios: por qué cayó la cultura de Teotihuacán, qué pasó para que la ciudad fuera abandonada repentinamente en el siglo VI y su civilización se esfumara en la leyenda, sin dejar rastros.

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Lo que se sabe es que la gran capital nació en el comienzo de nuestra era, cuando Cristo caminaba las calles de Jerusalén, y que para el año 250 era el primer centro urbano real de las Américas. La ciudad llegó a tener 20 kilómetros cúadrados, y era un importante centro cómercial e industrial. Sus fundadores eligieron el lugar porque lo consideraban nada menos que el punto más sagrado de todo el universo, el exacto sitio de la creación. En concordancia con esto, Teotihuacán fue planeada minuciosamente para funcionar como un gran dibujo sacro. El efecto continúa siendo impresionante, y para los hombres de la época debe haber sido sobrecogedor, una maravilla única.

Los aztecas, que la hallaron ya abandonada, la llamaron Ciudad de los Dioses, y la incluyeron en   su ruta de peregrinaciones.

En los años sesenta, un equipo de arqueólogos realizó un minucioso mapa de la ciudad, usando fotografía aérea y  mediciones sobre el terreno. Lo que surgió al terminarse el mapa era un dibujo tan deliberado como el del arquitecto Haussmann para los bulevares de París. La ciudad es una gran guía, con calles perpendiculares entre si -como nuestras ciudades de origen español- con dos ejes ordenadores. Uno es el eje este-oeste, que nacía cerca de la Pirámide del Sol y apuntaba a un lugar sagrado del horizonte, el punto donde cada mayo 18 surgía al caer el sol la constelación de las Pléyades, sagrada para las culturas de América Central. También se calcula que en ese mismo punto se pone el sol el 12 de agosto, "el día en que empieza el tiempo". Para las civilizaciones de América Central, el último ciclo comenzó el 12 de agosto del año 3114 antes de Cristo, fecha que usaban para marcar sus eras. El rumbo este~oeste era tan importante, que los teotihuacanos se tomaron el trabajo de canalizar el río San Juan, que cruza su ciudad, para enderezarlo y hacerle tomar la dirección sagrada. Otro eje, este norte-sur, demarca la principal avenida de la ciudad, su Calle de los Muertos. Esta gran calle, cuya anchura nunca es menor que 50 metros, apunta hacia el sagrado cerro Gordo. En el extremo norte de la calle, al pie del cerro, los teotihuacanos construyeron su Pirámide de la Luna. Hacia el centro de la avenida se alza la Pirámide del Sol, y el extremo sur se cierra con la ciudadela que contiene la Pirámide de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada. Las dos grandes pirámides de la Luna y el Sol eran las más grandes de su época y junto a otra en Cholula (construida 600 años después) y al edificio de adobe de Huaca del Sol, fueron las estructuras más grandes creadas antes de la llegada de los blancos en todas las Américas. Desde la cúspide de la pirámide lunar, mirando a lo largo de la Calle de los Muertos se puede imaginar Teotihuacan en todo su esplendor. La pirámide sigue siendo formidable, pese a que sus 1.700 años de antiguedad borraron las brillantes pinturas que la cubrían y desvanecieron el templo que la coronaba. La gran Calle todavía está flanqueada de terrazas, escalinatas y templos, cuya posición forma un exacto dibujo geométrico. Al fondo, en el horizonte, se distingue una línea de picos volcánicos.

A la izquierda se puede ver la Pirámide del Sol, de 70 metros de altura y 250 de base. Los arqueólogos están desenterrando la plaza que tenía enfrente, pavimentada con un cemento blando, y encontraron una caverna de 110 metros de largo oculta bajo su masa. Nadie sabe realmente para qué se usaba esta cueva, que fue pavimentada, decorada y hasta tallada en sus paredes. Tal vez era el  recinto de oración de los sacerdotes, o el lugar donde se consultaba a los oráculos. A partir de su hallazgo, los cientificos comenzaron a buscar y encontraron decenas de otras cavernas bajo la ciudad, muchas de ellas creadas al excavar la piedra volcánica con que se construían los grandes edificios. Algunas de estas cuevas fueron usadas como depósitos, otras como tumbas. Siguiendo por la avenida se llega a la ciudadela, en el extremo sur. Dentro de la ciudadela amurallada -así llamada por los asombrados españoles que la encontraron camino a Tenochtitlán se alza la más pequeña pero notable Pirámide de la Serpiente Emplumada, cubierta de esculturas y mosaicos. El arqueólogo Saburo Sugiyama exploró minuciosamente esta pirámide y realizó un hallazgo notable. En una trinchera de poca profundidad, en el borde de la pirámide, encontró el esqueleto de un hombre.

El cuerpo estaba sentado, con los brazos cruzados a la espalda. De su cuello colgaba un gran collar de 200 conchillas, del que colgaba a su vez otro compuesto de quijadas humanas esculpidas en madera, con dientes de coral. Entusiasmados, Sugiyama y sus colegas continuaron cavando y encontraron otros 17 cuerpos, todos en la misma posición y con los mismos collares. Vestían un gran disco de pirita en la espalda, símbolo de los guerreros, y estaban rodeados de armas: 169 lanzas en total. Eventualmente, los arqueólogos desenterraron 133 muertos en 21 tumbas dentro y alrededor de la pirámide. Obviamente, la fundación del templo a la Serpiente Emplumada, señora de las cosechas y diosa mayor, había causado una hecatombe de sacrificios humanos. Los muertos que custodiaban los bordes del edificio miraban hacia afuera, como vigilando. Adentro, los cuerpos se organizaban en grupos de 4, 8, 9,18020, números clave de la astronomía mesoamericana, y con los sexos separados. Todas las tumbas databan de la misma época, el año 200 d.n.e. .

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Al llegar, cavando un largo túnel, al centro de la pirámide, los arqueólogos se llevaron una sorpresa, porque encontraron otro túnel. Semienterrado, el túnel tenía siglos y siglos y llevaba a una cámara vacía. Por restos esparcidos en la pequeña cámara, los arqueólogos se dieron cuenta de que estaban en una tumba real, saqueada hace muchísimos años por ladrones de tumbas. 

Rodeando el gran eje de la Calle de los Muertos se encontraba la gran ciudad de los vivos. El mapa aéreo ubicó 2.000 edificios comunales, de departamentos, donde los teotihuacanos trabajaron, vivieron, amaron y durmieron. Cada edificio alojaba a una familia extendida, con departamentos independientes para cada pareja y áreas en común. Una pared delimitaba la propiedad de cada familia, que de hecho formaba una pequeña manzana porque tenía calles en los cuatro costados. Vistos desde las alturas de los templos, los techos chatos de los departamentos se extendían casi hasta los horizontes, con campos de maíz y redes de irrigación más allá. Los edificios de departamentos variaban mucho en tamaño. Los menores, para unas veinte personas, tenían unos 700 metros cuadrados y los mayores, para doscientas, llegaban a los 3.500. Todos los edificios tenían la misma forma rectangular, y más de una entrada, y las calles que los rodeaban tenían cuatro metros de ancho. Excepto por algunos palacios y residencias de aristócratas y ricos comerciantes, los edificios eran de planta baja, y presentaban desde afuera un aspecto severo, con paredes lisas revocadas con estuco, sin ventanas ni adornos. Los arqueólogos excavaron ampliamente el edificio de Atetelco, ubicado a unos 800 metros de la Calle de los Muertos. Construido hacia el año 400 para familias prósperas, de alta clase media, fue diseñado para garantizar un máximo de privacidad a sus ocupantes.

Sus habitaciones tienden a ser pequeñas -las mayores tienen tres por cinco metros- con alturas de siete metros y aperturas de entrada que se cubrían con cortinas y no puertas. Las paredes interiores se cubrían con murales, especialmente en la base -en lugar de zócalos- y alrededor del vano de las puertas. Los techos eran de madera, con cumbreras y tablas revestidas del mismo estuco que cubría las paredes. Los cuartos rodeaban pequeños patios hundidos -su piso estaba excavado por debajo del nivel del suelo de las habitaciones- donde la familia se reunía a comer al sol y también a adorar a los dioses. Los patios solían mostrar pequeños altares familiares. En uno de los departamentos se encontró una pequeña pirámide de piedra volcánica, una miniatura de la del Sol.  Por todo el edificio, los pisos formaban un sutil sistema de canalización, y con gradientes e inclinaciones sabiamente diseñadas llevaban el agua de lluvia a reservorios especiales.

Era costumbre teotihuacana decorar los edificios de acuerdo con el uso que se les daba o con la profesión de los habitantes. Los motivos más comunes, verdaderos logotipos de esta cultura, eran la diosa de las aguas y su compañero, el feroz dios solar de largos colmillos, que adornaban de muros a enseres y vajillas.

En otro barrio, hoy llamado La Ventilla, se encontraron otros edificios que muestran los diferentes tipos de vida de los teotihuacanos. En una vereda de una calle se encontró un edificio elegante, bien construido, con finos murales y un templo privado. Cruzando la calle, a apenas cuatro metros de distancia, los arqueólogos excavaron un edificio pobre y deteriorado, donde sólo se encontraron restos de cerámica sencilla. Como los teotihuacanos enterraban a sus familiares en profundas tumbas bajo sus casas, se puede determinar el nivel de salud de sus habitantes. En esta casa de clase baja se encontró una inusual cantidad de tumbas de niños, lo que indica que la familia sufría de desnutrición y probablemente enfermedades por hacinamiento. En uno de los edificios de Ventilla se hizo el que tal vez sea el más importante descubrimiento en Teotihuacán.

En un departamento, los arqueólogos desenterraron muros que retenían el brillo y la blancura original, y el brillante tono de sus guardas rojas. Al excavar más, encontraron un panel con figuras de caras humanas, de animales, círculos, puntos y otros símbolos, organizados en grupos. Este es el primer y único rastro de un posible alfabeto teotihuacano, cuya escritura no se conoce. De hecho, los científicos creían que esta cultura no conocia la escritura. En el modesto barrio de Oztoyahualco, la arqueologa mexicana Linda Manzanilla logro un milagro de interpretacion deducir qué comían los teotihuacanos. Como no se encontraban restos arqueológicos substanciales, Manzanilla decidió buscar los rastros químicos que deja la actividad humana. La científica ubicó los comedores de las casas al detectar lugares de concentración alta de fosfatos, un resto de materia orgánica.

También se encontraban saturaciones de carbonatos y altos niveles de alcalinidad en lugares donde se hizo fuego, las cocinas, y altas concentraciones de hierro en donde se sacrificaba a los animales de consumo. Con los resultados en la mano, Manzanilla ubicó en el plano de la casa el comedor, la cocina y la despensa/matadero y determinó que los teotihuacanos disfrutaban de una amplia dieta de maíz, zapallos, chilis picantes, cactus y cerezas. También se encontraron restos de conejos, ciervos, perros, pavos, patos y pescado. Las tres familias que vivían en los tres departamentos del edificio analizado por Manzanilla consistian de unas treinta personas, y su profesión era la de albañiles especializados en revoques. La arqueóloga hasta encontró sus herramientas especializadas de piedra, usadas para alisar el estuco. Se pudo ubicar las profesiones de muchas otras familias. En el barrio de Tetitía se encontraron hogares de otros albañiles, de fabricantes de pulque -una bebida alcohólica de uso ritual-, de alfareros, tejedores, fabricantes de telas, artesanos, metalúrgicos, joyeros, escultores y talladores de obsidiana.

A cincuenta kilómetros de la ciudad, en el cerro de Las Navajas, se encuentran las minas de obsidiana que enriquecieron Teotihuacán. La obsidiana es un cristal natural frágil y quebradizo que puede ser cortado y afilado hasta ser tan agudo como un bisturí. La obsidiana era el acero de los mesoamericanos, y se usaba en armas, cuchillos, puntas de lanza y herramientas, además de en joyas y enseres de lujo, por su lindo color verde translúcido. Los portadores cortaban las rocas de obsidiana y las llevaban en grandes canastos, colgados a sus espaldas, hasta los mercados de la ciudad. Allí vendían sus lotes a escultores y artesanos. Los productos terminados se exportaban a toda America Central y eran verdaderos símbolos de status.

Teotihuacán llegó a ser tan prospera que atrajo a una población estable de inmigrantes, que formaron sus propios barrios. Había uno de inmigrantes de Oaxaca, otro de mayas, y otro de la región de Veracruz, cada uno con casas en el estilo autóctono del inmigrante, con enseres y tumbas diferentes. A su vez, la arquitectura, el arte y el diseño de armas teotihuacano influenció a otros pueblos del continente. En Tikal, Guatemala, a 1.000 kilómetros al sur, un edificio es tan puramente copiado de los teotihuacanos, que los arqueologos lo llaman en broma la embajada de Teotihuacán".

Tanta gloria y poder obscurecen el misterio de la caída de la ciudad. Hacia el año 500 comenzó una rápida caída y para el 700 la ciudad era un fantasma, con 'un puñado de habitantes entre sus arruinados palacios y templos. Tal vez el exceso de población -y la falta de sanitarios y cañerias crearon un desastre ecológico y alimentario, y quizá ocurrieran epidemias. Otra posibilidad sería que hubiera habido una rebelión de las clases bajas. En la Calle de los Muertos se encontraron pilas de objetos quemados y varios edificios de la zona muestran señales de incendios y vandalismo.

Nadie sabe qué, pero algo catastrófico ocurrió y la civilización teotihuacana desapareció. No quedaron ni rastros de ella, excepto en la influencia cultural que dejó en mayas y aztecas, que la reverenciaron como a un ancestro sagrado. Como una luz que se apaga, repentina, dejando sólo un misterio obscuro, Teotihuacán desapareció: una civilización perdida cuyas razones, como su idioma, todavía no conocemos. 

1643217229 1481efbe52 Teotihuacan, Ciudad de los Dioses en el Museo Nacional de Antropología


TEOTIHUACÁN: CADA DÍA MÁS MISTERIOSA
El hallazgo de mica en algunas habitaciones de la ciudad  plantea un fascinante interrogante.

Dr. h. c. ERICH VON DÄNIKEN/Suiza/ www.daniken.com
  Cuando Hernán Cortés, el conquistador de México, cabalgaba a través del Valle de Otumba, a sólo veinticinco millas al noreste de la actual Ciudad de México, en julio de 1520, observó estructuras montañosas peculiarmente parejas. No tenía idea de lo que la tierra estaba ocultando bajo los cascos de los caballos. Los aztecas llamaban al lugar "Teotihuacán", que significa algo así como "el lugar donde uno se convierte en un dios". Pero incluso en la época de los aztecas, Teotihuacán estaba en ruinas. Los mismos aztecas no sabían quienes habían construido en otros tiempos Teotihuacán, pero creían que los montículos de las ruinas cubrían las sepulturas de los dioses. Una leyenda azteca apunta: "Durante la noche, cuando el Sol todavía no brilla, cuando no hay día, se dice que los dioses se reunían y se sentaban en consejo en el lugar llamado Teotihuacán."

La moderna arqueología no ha descubierto mucho más acerca del origen de Teotihuacán. En su apogeo, la ciudad se extendía a lo largo de veinticinco kilómetros cuadrados; la población de esa época está estimada en 200.000.  Si uno compara a la antigua Teotihuacán con una ciudad moderna de 200.000 habitantes, se comienza a comprender la extensión de la infraestructura de por medio – suministros de agua, vertederos de basura, provisión de víveres, energía. Aproximadamente 2.600 edificaciones importantes fueron erigidas a lo largo de las dos calles centrales de Teotihuacán. Todos los arquitectos cumplieron tenazmente con los planos astronómicos de unos desconocidos predecesores durante un periodo de construcción que duró varios siglos.

No sabemos quiénes construyeron Teotihuacán, pero la planificación supuestamente comenzó alrededor del año 500 a. C. Debido a que los misteriosos constructores son desconocidos – no son aztecas, no son mayas, y tampoco olmecas – son llamados simplemente teotihuacanos. Estos teotihuacanos, al igual que todas las otras naciones centroamericanas de aquella época, son tenidos como habiendo sido gente de la Edad de Piedra sin ningún conocimiento de los metales.

Cuán difícil es captar la planificación y construcción de esta gran ciudad es expresado por Laurette Sejourne, que estuvo a cargo de las excavaciones en Teotihuacán por varios años: "Los orígenes de esta altamente desarrollada cultura representa el más inaccesible de todos los misterios…Aunque es difícil de creer que las características culturales encontraron su forma definitiva desde el principio, es todavía más difícil imaginar que la necesaria complejidad de los requisitos intelectuales estuvieran allí repentina y totalmente desarrollados. No tenemos evidencia material para este asombroso proceso de desarrollo…"

Una espléndida avenida corre en dirección Norte-Sur en Teotihuacán. Es de unas dos millas de largo y 131 pies de ancho y es llamada hoy en día "La Avenida de los Muertos".

El templo y la pirámide flanquean esta avenida por ambos lados. (Los primeros arqueólogos supusieron que los pequeños montículos de tierra que bordeaban cada lado de la "avenida" eran tumbas – de ahí el nombre de "Avenida de los Muertos". Posteriores excavaciones demostraron que los montículos contenían estructuras de piedra, pero el nombre persiste.) La "Avenida de los Muertos" en sí misma representa una obra maestra de planificación y construcción. A intervalos perfectamente regulares,  los constructores edificaron anchas escaleras en la calle para compensar los cien pies de desnivel. Si uno mira de Norte a Sur, tiene la impresión de una interminable escalera que, subiendo hacia el cielo, une la Pirámide de la Luna con el final del bulevar. Esta pirámide cubre un área de aproximadamente 495 por 655 pies.

A la derecha de la "Avenida de los Muertos" está la monumental Pirámide del Sol (de aproximadamente 718 pies por 738 pies de base). Aunque ésta es sesenta y dos pies  más alta que la Pirámide de la Luna, uno tiene la impresión, cuando mira desde arriba de la Pirámide del Sol, de que las dos estructuras son de la misma altura. Esto es debido al gradiente de la calle.

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Todos los nombres, tales como Avenida de los Muertos, Pirámide de la Luna, Pirámide del Sol, Templo de Quetzalcóatl, y Ciudadela, han sido creados en tiempos modernos. Cómo fueron denominadas originariamente estas estructuras o para qué propósito servían no está claro todavía. Es indiscutible, sin embargo, que la ciudad en su totalidad fue diseñada a partir de un punto de vista astronómico. Éste representa un modelo en miniatura de nuestro Sistema Solar.

En los últimos años, el área alrededor de Teotihuacán ha sido explorada.  En importantes sitios por todos lados, los arqueólogos encontraron dibujos indígenas grabados en la roca los cuales, una vez relacionados, forman una red de coordenadas sobre Teotihuacán. En la cima del Cerro Haravillas, a unas cuatro millas y media al Oeste de la Pirámide del Sol, fue descubierta una gran roca, de diez pies de largo, con misteriosos signos geométricos. Desde este punto, la Pirámide del Sol no puede ser vista, puesto que la visión está obstruida por las estribaciones de otra montaña, el Cerro Calavera. Cuando los investigadores miraron con prismáticos en la dirección de la Pirámide del Sol, que está oculta detrás de la montaña, divisaron otra roca sobre la siguiente colina, ésta también con dibujos grabados. El medio de un círculo apuntaba hacia la cúspide de la Pirámide del Sol con la precisión de un compás.

Mediciones geodésicas revelaron más misterios. Desde la cima de la Pirámide del Sol, mirando al Oeste, uno puede observar la puesta de sol en el equinoccio de primavera exactamente detrás de la roca marcada. Similares rocas grabadas, ubicadas astronómicamente en relación a la Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna, fueron halladas en el Cerro Chiconautla, a nueve millas al sudoeste, otras hasta veintidós millas al nordeste de Teotihuacán. Se conocen más de treinta sitios que tienen alguna correlación con la misteriosa ciudad. Dibujos idénticos a aquellos que están sobre las montañas y colinas alrededor de Teotihuacán fueron descubiertos en rocas a 450 millas al Norte de esta ciudad, cerca del pueblo de Durango. Teotihuacán debe de haber sido el centro de un sistema geográfico y cósmico.

Durante mi última visita a Teotihuacán, un nuevo misterio atrajo mi atención. En una cena, el ingeniero mexicano Gerardo Levet me preguntó: "¿Vio usted las capas de mica que fueron encontradas en las ruinas?"

"¿Mica?", me sorprendí: "¿Qué tiene eso de especial?"

Gerardo Levet me lo informó: "La mica se encuentra solamente en algunos raros lugares en México. Los grandes depósitos más cercanos se hallan en los Estados Unidos y Brasil. La mica tiene algunas muy sorprendentes cualidades. Por ejemplo, es resistente al calor y puede incluso absorber extremos cambios de temperatura, los llamados golpes de temperatura, por arriba de los 800 grados Celsius. Hoy en día, delgadas placas de mica son utilizadas como ventanas en altos hornos. La mica es también un extremadamente eficiente aislante eléctrico. Es resistente al arco voltaico, lo cual significa que aun si usted  añade alto voltaje,  ninguna chispa rebotará de una placa de mica a la siguiente. Esta capacidad aislante hizo a la mica ideal para ser usada con modernos materiales, por ejemplo en la tecnología de alta frecuencia, equipos de radar y ahora también en computadoras. La mica es resistente a todos los ácidos orgánicos. Incluso las delgadas placas de mica no se descomponen por el ácido. ¿Cómo acaba este raro y único material en Teotihuacán?".

"Tal vez la mica estaba contenida en la piedra natural que fue siendo usada allí," sugerí yo.

"¡Error!" dijo el ingeniero Levet. "La mica se encuentra en las regiones de alta montaña. Siendo de Suiza, debería usted saberlo. Por otra parte, la placa de mica en Teotihuacán ha sido artificialmente incrustada entre placas de piedra, como un sándwich."

Quise averiguar más. Al día siguiente, mi asistente, Ralf Lange, y yo anduvimos entre las ruinas. Les pregunté a varios guardias por las placas de mica. Todos ellos aparentaban no saber nada al respecto. ¿Gerardo Levet había estado alucinando? Finalmente, encontramos a un anciano señor que nos dijo que las capas de mica se hallaban a unas doscientas yardas de la Pirámide del Sol. Pero agregó que no estaban abiertas para los turistas y habían sido cubiertas con planchas de hierro y cerradas con candado. Nosotros quisimos ir a ver de todos modos. Después que buscamos por un rato, la verdad es que encontramos varias planchas de hierro en el sitio indicado bajo un improvisado techo de madera. Un joven guardia con uniforme azul nos observaba y nos seguía. Nuestros argumentos económicamente apoyados  por fin lo convencieron para sacar unas llaves del bolsillo y levantar la primera plancha de metal.

En cuanto el Sol dio en el fondo del agujero, sus rayos fueron reflejados brillantemente por la mica, que cubría el suelo en piezas de un tamaño de cuatro por ocho pulgadas. El mismo efecto sorprendente se repitió cuando la segunda y la tercera y finalmente la cuarta plancha de hierro fueron levantadas. Ahora podíamos distinguirlas claramente: las placas de mica estaban metidas entre las placas de piedra formando el cielorraso de la habitación de abajo. Una placa de piedras, todas apiladas una encima de la otra y unidas con argamasa, era seguida por una placa de mica, de aproximadamente tres pulgadas de espesor, y luego otra placa de piedras apiladas. Removí una de las placas de mica y la sostuve contra la luz. Podía ser fácilmente dividida en delgadas láminas con el pulgar. Era indudablemente mica moscovita, del tipo que nuestros abuelos acostumbraban llamar "vidrio de Moscú".

La moscovita, un hidrosilicato de potasio y aluminio, se encuentra predominantemente en el granito, algunas veces en la forma de una veta que corre a lo largo de la piedra. Los depósitos menores están presentes en las Montañas Gotthard en Suiza y en los Alpes Zillertal de Tirol. Los grandes depósitos se hallan en India, Madagascar, Sud África, Brasil y los Estados Unidos, y en el área del Lago Baikal en Rusia. Muchos países son dependientes de la importación de mica, entre ellos los países de Centroamérica, cuyas montañas consisten en su mayor parte de roca volcánica. ¿De dónde vino la mica utilizada en Teotihuacán?

Pero la pregunta más apremiante era: ¿Por qué gente de la Edad de Piedra cubrió y aisló las habitaciones con mica si no era posible para ellos saber acerca de sus propiedades? La gente de la Edad de Piedra no fundía metales, por lo tanto no podrían ser conscientes de las cualidades de resistencia al calor de la mica. La gente de la Edad de Piedra no utilizaba equipos de alta frecuencia, ¿así que por qué usaban mica? La gente de la Edad de Piedra no manipulaba peligrosos ácidos. ¿Por qué usaban mica? ¿Y de dónde vino ésta?
Varias habitaciones fueron aisladas con un cielorraso de mica. ¿Qué almacenaban en estas habitaciones? ¿Qué era procesado en esas habitaciones? Los arqueólogos hacen silencio. Yo puedo pensar en dos posibles respuestas, pero encuentro a ambas insatisfactorias.

Primero, un gran calor era producido en la habitación cubierta por las placas de mica – calor que no tenía que salir de la habitación. Éste se aplicaría, por ejemplo, para el funcionamiento de un horno de fundición. Sin embargo, ya que la capa del fondo del cielorraso, la cual  está hecha de piedra, se habría calentado primero, los rastros de una exposición a tales altas temperaturas serían todavía visibles en la roca. Me fue imposible verificar eso porque el guardia persistió en su negativa de no dejarnos entrar a las cámaras subterráneas.

En segundo lugar, ¿estaba la habitación debajo de las placas imaginada para estar protegida de una fuente exterior de calor? Esta posibilidad tampoco es satisfactoria, porque la placa de mica está cubierta por veinte pulgadas de roca, las cuales por sí mismas habrían proporcionado muy buen aislamiento contra el calor.

¿Fueron llevados a cabo experimentos en las habitaciones? Gerardo Levet afirma que un arqueólogo amigo de él le contó que dos tuberías corren directamente desde estas habitaciones hasta el centro de la Pirámide del Sol. Se conoce la existencia de una cámara debajo del centro de  la Pirámide del Sol, pero la entrada está bloqueada por pesadas puertas de hierro. ¿Qué se oculta al público allí?

¿Estaba el equipo de los dioses guardado bajo el revestimiento de calor? Para ser totalmente especulativos: ¿Fue ésta la fuente central de energía para Teotihuacán?

A pesar de las muchas preguntas y las escasas respuestas, una cosa es cierta: los planificadores y constructores de Teotihuacán deben de haber sido conscientes de, o por lo menos algunas, de las particulares propiedades de la mica. De lo contrario ellos no se habrían tomado toda la molestia de utilizar ese aislamiento en forma de sándwich. ¿No  permite eso tener en cuenta para la conclusión que unos grandes desconocidos, los dioses, construyeron las habitaciones para su propio uso? Es obvio que alguien sabía dónde y cómo obtener la mica y estaba familiarizado con sus propiedades, y que ese alguien no fue uno del pueblo de la Edad de Piedra que construyó Teotihuacán. 

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CUANDO LOS ATLANTES LLEGARON A BRASIL :

El 22 de Abril del año 2000 se celebrará otro Quinto Centenario: el del  descubrimiento de Brasil por el comandante portugués Pedro Alvares Cabral a cargo de la corona lusitana. Desde entonces, este país y su vasta extensión territorial -casi 8,5 millones de km cuadrados- ha sido escenario de una  infinidad de incógnitas y sorpresas. Durante años, los arqueólogos han intentado descubrir los orígenes de los nativos o de las civilizaciones desaparecidas antes de la llegada de Cabral.

Recientes hallazgos en el nordeste brasileño han sido motivo de polémica y de impacto contra las teorías hasta entonces vigentes sobre el origen del hombre en América; sus aceptados 25000 años de antigüedad se han convertido ahora en 48000 y hay quien se plantea hasta 70000. A pesar de la datación por el carbono 14 de esos hallazgos, todavía científicos que
rehusan aceptar esta información.  Ahora bien, el misterio no ha sido aclarado, y civilizaciones como la Marajoara (del norte del Pará, en la desembocadura del rio Amazonas) o las del interior del estado de Bahía, que han erigido ciudades ciclópicas, mantienen innumerables incógnitas. Hay que recordar que hasta hace muy pocos años la comunidad científica internacional creía que el territorio brasileño sólo habia albergado indios culturalmente retrasados, que andaban en taparrabos y únicamente sabían construir toscas cabañas de paja a raíz de las inhóspitas condiciones del ambiente selvático, de la sabana y de algunos desiertos.

Pero ese concepto tradicional comenzo a experimentar un cambio radical a principios de siglo XX, cuando varios investigadores - entre los que se contaban exploradores, arqueólogos y periodistas - dieron con una nueva y sorprendente
teoría: la que relacionaba el origen de varias de estas civilizaciones con el continente perdido de la Atlántida. Según la hipótesis mas conocida y aceptada entre los atlantólogos, en base a las descripciones hechas por Platón en el siglo IV AC, la Atlántida habría existido en medio del océano Atlántico y se habría hundido bajo las aguas tras un violento cataclismo hace aproximadamente 11000 años. Según los Diálogos, habria sido un gran continente habitado por una avanzada civilización "... cuyas casas tenían tejados de oro, con barcos y ejércitos destinados a invasiones y conquistas..." 

Basándose en estas y otras informaciones, el coronel ruso Alexander Pavlovich Braghine comenzó a moverse en busca de los vestigios que los atlantes pudieran haber dejado en otros continentes. Nacido en Moscú en 1878, Braghine fue jefe del servicio de contraespionaje del zar durante la Primera Guerra Mundial, y había combatido contra el ejército rojo. Tras la revolución rusa se exilio en Inglaterra y luego en Brasil, donde cambió su nacionalidad. Hasta su fallecimiento, ocurrido en Río de Janeiro em 1942, la Atlántida fue una de las obsesiones de su vida y sobre ella publicó dos libros: O enigma da Atlántida y Nossos descendentes da Atlántida. 

Para el apasionado ex coronel, las leyendas difundidas entre los indígenas americanos en cuanto a los grandes maestros civilizadores o profetas, como Quetzalcoatl entre los aztecas, o Viracocha entre los incas, eran la demostración de la presencia de los atlantes en las Américas. En Brasil, los indios tupis adoraban a Sumé, un dios barbado y de piel blanca, similar a sus homólogos entre aztecas e incas, que habia venido del Oriente, es decir, de donde había existido el continente atlante. Braghine también citaba a las Amazonas, que en 1541 habían sido vistas por el explorador español Francisco de Orellana, cuando navegaba por el rio que ganaría el nombre de las mujeres guerreras. Estas féminas de piel blanca podían haber sido las descendientes de los supervivientes de la Atlántida, y mantenido muchas de las costumbres de sus antepasados. Por ejemplo, usaban en símbolo universal de la fertilidad, la rana o el batracio, en forma de amuletos, que eran
conocidos como muiraquitas entre los indios brasileños. Tallados en una piedra verde llamada nefrita, amazonita o jadeíta, no sobrepasaban los 4 o 6 centímetros. Según los relatos de los exploradores como el alemán Alexander Humboldt y el francés Bonpland, los indios tupís-guaranís contaban que las icamiabas (el nombre indio de las amazonas) sin marido quitaban la piedra bruta de un lago sagrado, el Jaciuaruá ("Espejo de la luna") para transformarla en objetos de gran valor mágico y medicinal, a causa de que sus poseedores siempre rehusaban venderlas. Tales objetos son absolutamente únicos en toda América y causaban extrañeza a muchos expertos por el hecho de estar tan bien labrados y con técnicas aparentemente tan avanzadas como para compararlas a las de los indios.

En la zona donde posiblemente habrían habitado las amazonas existen otros lugares enigmáticos relacionados con los descendientes de atlantes en Brasil: la isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, (la mayor isla fluvial del
mundo, con casi 50000 km cuadrados
) tiene una enorme extensión de pantanos todavía sin explorar, y espesas selvas donde sobresalen las seringueiras o árboles del caucho. Probablemente, esta isla es uno de los espacios que se reserva la mayor cantidad de secretos sobre antiguas civilizaciones avanzadas de América. Braghine la consideraba como una colonia atlante de gran importancia, cuyos habitantes se habrían mezclado con los nativos y desarrollado técnicas de confección de
cerámica muy exclusivas, de corte antropomorfo. Los pueblos marajoaras podrían haber llegado, conforme indica la arqueología ortodoxa, hacia el año 1000 AC, y permaneciendo allí hasta 1350, cuando desaparecieron de forma desconocida.
Los marajoaras dejaron grandes necrópolis de barro repartidas por toda la isla. El barro o la arcilla era la base de esa civilización que vivía en palafitos, y cuyas cerámicas antropomorfas son consideradas las mas ornamentadas de todas las
Américas, aún más que las de los pueblos andinos y mexicanos. 

El último representante de la cultura marajoara es Raimundo Cardoso, de 70 años, un indígena que habita un pueblo cercano a Belén do Pará, a escasos kilómetros de la isla de Marajó. Cardoso heredó de sus abuelos las técnicas tradicionales de confección de la cerámica, que ahora intenta enseñar a sus hijos, para que no se pierdan. "Antiguamente yo hacía la cerámica porque me gustaba, sin saber lo que significaban aquellas exquisitas figuras antropomorfas y geométricas", declara. "Pero en los últimos años comencé a buscar información sobre mis antepasados. Puedo afirmar con seguridad que tenian técnicas ceramistas tan avanzadas como las de los griegos. Lo más apabullante son unas inscripciones que
recuerdan un alfabeto y cuyas letras se parecen a otras encontradas en el antiguo Oriente". 
Cardoso añade que la sociedad marajoara era matriarcal, y las mujeres eran quienes dominaban la técnica de modelar y cocer la arcilla. Los dibujos o
formatos de mujeres embarazadas, ranas y sapos como símbolos de la fertilidad, y de la luna, son una clara demostración del culto a lo femenino, que puede tener vinculaciones con las amazonas atlantes.
 

Otras culturas de origen incógnito han habitado las planicies selváticas de la cuenca del Amazonas: los tapajós (que hacían lámparas semejantes a las del Oriente), los maracá con pinturas a todo color, entre las que destacaban las del dios Jaguar... Desgraciadamente, muchos de los más importantes objetos arqueológicos de esos pueblos han sido robados por saqueadores de necrópolis y vendidos a coleccionistas particulares de Europa, EEUU y Japón, que los guardan bajo siete llaves.
Los misterios atlantes de la Amazonia no se terminan con estos pueblos. El explorador y escritor francés Marcen F. Homet, autor de los libros Os filhos do Sol y Na trilha dos deuses solares, emprendió entre los años 40 y 50 varias expediciones a la región noroeste de la Amazonia brasileña, donde había encontrado vestigios que pensó correspondían a la civilización atlante: inscripciones y dibujos sobre piedras (dólmenes) y leyendas entre los indios que hablaban de un pueblo desaparecido, constituidos por gigantes pelirrojos con ojos azules, que en otro tiempo dominaron la Amazonia. Uno de los principales vestigios de estos gigantes pelirrojos puede haber sido la piedra pintada, un gigantesco monolito de casi 30 mts de altura y 100 de extensión, cuyas paredes están recubiertas de símbolos y grabados como una gigantesca serpiente estilizada de siete metros que presenta en sus extremidades una cabeza y un órgano genital masculino de grandes dimensiones. En total son 600 mts cuadrados de pinturas, que incluyen una especie de alfabeto desconocido, y que Homet achaca a los atlantes o sus descendientes, los cuales habrían logrado escapar del cataclismo hacia América y Europa, donde dieron origen a culturas sui generis como la de los celtas y vikingos, a los que el denomina Homo Atlanticus. 

Otros datos recabados por Homet nos cuentan las tradiciones de los indios de la tribu Makuschi, en el norte de Roraima, que hablan del Rey Maconem "príncipe de la era del diluvio", predecesor o coetáneo de Decaulión, el héroe del diluvio en las leyendas de la región del Mediterráneo europeo. El explorador francés no deja tampoco de compaginar la leyenda de El Dorado com la de la Atlántida: considera Manoa o El Dorado una Atlántida en miniatura, puesto que una tradición existente entre los nativos de la sierra de Parimá (en el extremo norte de Rondonia), recogida por el portugués Francisco Lopes en el siglo XVI y publicada en 1530 en la Historia Geral das Indias, habla de una ciudad con muros y tejados de oro ubicada en la isla de un gran lago salado. En el centro de la ciudad estaría un templo consagrado al Sol. Homet reflexiona que Manoa podía haber sido la legendaria Ophir de los atlantes, donde habría minas de oro, y que tendría características semejantes a la ciudad descrita por Platón en su Critias.

A casi 3000 km del estado de Roraima, en el estado de Paraíba, al nordeste de Brasil, se erige uno de los más espectaculares enigmas arqueológicos brasileños: la piedra labrada de Ingá. En realidad, es un gran monolito de piedra gris que posee 24 metros de longitud por 3 de altura y yace en medio de una zona semiárida, a 88 km de la capital del estado, la ciudad colonial de Joao Pessoa. Las inscripciones que la recubren de punta a punta estan labradas en bajorrelieve -hecho poco común entre los antiguos habitantes de Brasil- y no tienen parangón con otras escrituras, símbolos o dibujos de cualquier parte de América. Fue el bandeirante (nombre que se daba a los antiguos exploradores del interior de Brasil) Feliciano Coelho de Carvalho quién descubrió primero a los europeos el monolito en 1598. Los indios conocían la historia de esta piedra tan solo a partir de relatos de sus antepasados; esta estaría ligada a una profecía. A la llegada del dios Sumé, el dios blanco de barbas que venía del naciente. Por eso, los curas portugueses, confundidos con el dios blanco y su séquito, tuvieron tanta facilidad para catequizar a los indígenas de Paraiba. 

"La piedra de Ingá fue labrada hace 5000 años por los hititas, un pueblo que vivió en la planicie de Anatolia, donde hoy se ubica el territorio turco y parte de Siria. Ellos poseían nociones de navegación capaces de llevarlos al otro lado del Océano Atlántico y alcanzar el litoral nordeste. Además, los hititas, igual que los vikingos y celtas, podrían muy bien haber sido descendientes directos de los atlantes huídos del gran diluvio citado por la Biblia", apostilla Gabriele D'Annunzio Baraldi, un italiano afincado en Brasil, arqueólogo por afición y explorador de los lugares misteriosos de ese país, que desde hace cinco años se dedica a estudiar el monolito. Para llegar a esa conclusión, comparó los simbolos del Ingá con los hieroglifos hititas del diccionario francés Emmanuel Laroche, encontrando desconcertantes similitudes.

En la Biblioteca Nacional de Brasil se pueden encontrar innumerables manuscritos y documentos del período colonial, muchos de los cuales son obras únicas traídas por el soberano portugués Don Joao VI y la familia de los Braganza cuando
huyeron de Lisboa a causa de la invasión de las tropas napoleónicas. Uno especialmente importante es el manuscrito catalogado tan sólo como número 512, que consiste en una carta enviada al bandeirante Francisco Raposo al virrey en
1754, describiendo el hallazgo un año antes de una extraña ciudad de piedra en el nordeste del estado de Bahía, mientras estaba buscando las legendarias minas de plata de Muribeca. 

En el mencionado documento se puede leer (en las partes menos castigadas por el tiempo) que en la ciudad había una gran construcción que enarbolaba delante de su fachada principal un monolito cuadrado con muchas inscripciones. Dentro del
presunto edificio había quince escalones, cada uno con una cabeza de serpiente esculpida en piedra. Estos indicios, junto con las inscripciones de un extraño ídolo de piedra, presuntamente originario de Brasil.

"Tres años después de la salida de Keftiú (cuenta el cronista Ama, de raza didodiana y al servicio del rey Idomine) la nave Cnossos, siguiendo el trayecto de un navegante fenicio nativo de Biblos y llamado Arad, naufragó en las cercanías de la Bahía de Marajó". Así habrían llegado los cretenses, descendientes de los atlantes, a Brasil y a partir de allí habrían alcanzado la región central del actual Matto Grosso-Goias, desarrollando una civilización altamente tecnológica. Esto es lo que escribió en 1929 el novelista brasileño Menotti del Picchia (fallecido en agosto de 1988) en su novela La hija del Inca,
quizá una de las más fantásticas y extraordinarias historias de la escasa historia de la ciencia ficción brasileña. A pesar del aspecto ficticio hay que subrayar algo importante de la vida de Menotti del Picchia: el escritor paulista era un atlantólogo fanático y buena parte de su biblioteca estaba reservada al tema. Seguramente Menotti se inspiró en la expedición de Fawcett para escribir La hija del Inca, donde el capitán del ejército nacional Paulo Fregoso y un cabo son los únicos supervivientes de una expedición al Brasil Central, donde encuentran una ciudad metálica con robots que se transforman en cohetes siderales (parece como si Menotti estuviera anticipando las series japonesas de televisión). 

Si Menotti no se pronunciaba respecto a sus opiniones sobre la Atlántida, otro brasileño, Caio Miranda, uno de los fundadores de la Antigua Sociedad Teosófica Brasileña, fue uno de sus mayores divulgadores teóricos, principalmente en los
años 30. Debido a sus capacidades mediúmnicas o de clarividencia, llegaría a ser comparado con Edgar Cayce. Sus visiones del pasado demostraron que un millón de años atrás la civilización atlante desarrolló ocho ciudades principales, dentro de un sistema parecido al feudalismo teocrático de la Europa medieval. En aquel entonces, el Africa occidental estaba unida al territorio sudamericano que correspondería a la actual Río de Janeiro, y se había establecido una importante zona de comercio bajo la tutela del atlante Baldezir, que para Miranda es la raíz del nombre Brasil, y de su hijo Jetzabal, rey de la Tercera Ciudad. Baldezir había sido sorprendido por un cataclismo que fragmentó la Atlántida (sin llegar a destruirla) y dejó su efigie esculpida en la famosa Piedra da Gávea, que sigue existiendo hoy en Río de Janeiro y ha sido objeto de
numerosas expediciones que han encontrado en su cima inscripciones indescifrables. 

La clarividencia de Miranda mostró que hubo una tremenda confusión tectónica que dio origen al océano Atlántico: hasta el año 90000 antes de Cristo se sucedieron varios movimientos (menos intensos) de actividad tectónica y alguno de los
momentos mas fuertes puede haber coincidido con el diluvio descrito en la Biblia. El último fragmento de tierra en desaparecer fue la isla de Poseidonis, citada por Platón. Varios sabios se salvaron y lograron alcanzar México, Perú,
India, Egipto, China, Escandinavia y el Cáucaso, creando en esos sitios núcleos comunitarios donde impartieron su enseñanza. En Escandinavia, esos sabios transmitieron sus conocimientos a los vikingos, que, según estudios recientes,
pudieron haber llegado a Brasil antes que los portugueses gracias a las técnicas atlantes de navegación. A la India llevaron los secretos del yoga y a Egipto las medidas astronómicas y matemáticas que se emplearon en la construcción de las
pirámides. Manco Capac, el primer inca, habría sido uno de los sabios atlantes que se salvó del diluvio y resurgió en la isla del lago Titicaca. A Brasil llegó el dios Sumé, de los tupis-guaranís.

En la región central del estado de Goiás -donde predominan sierras y sabanas deshabitadas- existen vestigios de ciudades, estatuas y murallas de las que nada se sabe. Están a 35 km de un pueblo llamado Paraúna, en la Sierra de Portaria.
Una de las pocas personas que han investigado in situ las ruinas ha sido el eriodista Alodio Tovar, que opina que muchas figuras de gigantes de las sierras fueron talladas por el viento y acabadas por la mano del hombre. Las rocas con varios metros de altura expresan rostros humanos y anomales típicos de la región. Cerca esta la Cidade de Pedra, constituida por bloques regulares que forman la base de edificaciones. Las calles y plazas están recubiertas de paralelepípedos; Tovar cree que la ciudad puede estar relacionada con reinos subterráneos, como Agartha. La región es famosa por sus cuevas inexploradas, que podrían estar conectadas con las ciudades subterráneas de la Sierra del Roncador. En 1933, una expedición inglesa halló en una de ellas un inmenso salón capaz de albergar a miles de personas. 

Lo más apabullante de Paraúna es una gran muralla de casi quince km de extensión en el valle de la Sierra de Gales. Muy fragmentada, tiene una altura media de 4 metros y su anchura no supera los 1,3 metros. Sus bloques de piedra granítica
tiene encajes casi perfectos, y recuerdan aquellos encontrados en Macchu Picchu o Cuzco. A 18 km de Paraúna hay otra Sierra, la de la Arnica, llamada así por la abundancia con que en ella se da esa planta medicinal. Ahí yacen enormes bloques
de piedra, también parecidos a figuras humanas y animales. No obstante, el sitio mas fascinante es la Gruta de las Figuras Increíbles, ubicada entre Paraúna y el municipio de Ivolancia, en un lugar de difícil acceso donde abundan los grandes
bloques de arenito rojo. Esa cueva posee centenares de dibujos enmarañados y reunidos en un panel, pintados con pintura blanca y roja. Tovar interpreta esos dibujos como estilizaciones de símbolos e imágenes que existieron en otras
civilizaciones y épocas.

El único verdadero vestigio territorial de la Atlántida en zona de dominio brasileño podría encontrarse en el actual archipiélago de Fernando de Noronha, situado en el Océano Atlántico, a 345 km de la costa del estado de Río Grande do
Norte. Sus veinte islas corresponden a la parte mas alta de un volcán cuya base tiene 60 km de diámetro y se halla a 4000 metros de profundidad. La isla principal tiene 18 km cuadrados y en ella habitan 1346 personas, todas ellas marinos brasileños y sus familias. Apenas tiene ríos, y el agua potable se recoge de las lluvias o se transporta desde el continente. El paisaje es de una desolación casi total. El gobierno controla el turismo que llega a la región, y en algunos momentos ha
llegado a prohibirlo. Lo más impresionante para los escasos visitantes son unos picos que se elevan abruptamente hacia el mar, como el de la Bandeira, de 181 metros, y el Pico, de 321. El resto de la isla lo forman extensos llanos de roca
negra o cenizas volcánicas. Si, como supone Braghine, hubiera existido en Fernando de Noronha alguna población atlante, lo mas seguro es que hoy no quedara ni el polvo, tan fuerte parece haber sido la actividad volcánica en la zona. 

Otra isla misteriosa es la de Trindade, también de origen volcánico y situada a 1100 km de la costo del estado de Espíritu Santo (al norte de Río de Janeiro). Con tan sólo 8,2 km cuadrados, en ella solo hay una base de observaciones de la
marina brasileña. En la década de los 50 se hizo famosa mundialmente cuando el comandante Almino Baraúna fotografio un OVNI que fue visto también por algunos marineros. Las fotos, cuyos negativos están en poder del gobierno norteamericano, han sido consideradas auténticas por los laboratorios de análisis ufológicos de EEUU. 

Otros posibles resquicios del continente original de la Atlántida son los peñones de San Pedro y San Pablo, a 900 km de la costa brasileña. Esas montañas acuáticas tienen tan solo como habitantes a miles de aves migratorias y son importantes núcleos ecológicos, a pesar de que apenas poseen vegetación. No se sabe cuándo han surgido, mas pueden ser resultado de las constantes actividades sísmicas y tectónicas que machacan los cimientos del océano Atlántico desde la
destrucción de la Atlántida. Y están ahí para verlos.


EL LAGO QUE SE ELEVO EN EL AIRE

En lo alto de los Andes, a unos cuatro mil metros sobre el nivel del mar y ocupando una superficie de 8 300 kilómetros cuadrados entre Perú y Bolivia, se extiende el lago Titicaca. No es el lago más alto del mundo, pues por encima de él está el pequeño lago del Nevado de Toluca, en México, pero tiene a cambio de esto mucho más interés, tanto en sus aguas como en sus alrededores y en su historia. Así como el mar Caribe fue antes un lago que el océano Atlántico destruyó para apropiárselo, este lago Titicaca fue mar que, por culpa de una serie de levantamientos orográficos, se convirtió en lago que se elevó en el aire.

Es una de las regiones más asombrosas de la Tierra

Este lago majestuoso de Sudamérica, salpicado de islas entre las que sobresalen las del Sol y de la Luna. ha sido explorado en numerosas ocasiones por los amantes de la aventura y de la ciencia, que no han logrado hallar nada en concreto. El francés Cousteau descendió en varias ocasiones, sin éxito, y en 1955 un tal William Mardorf, antiguo buceador de las fuerzas navales estadounidenses, declaró que había fotografiado unas ruinas sumergidas a treinta metros de profundidad. Pero jamás se las mostró a nadie. Así que sigue vigente el misterio.

En las orillas del lago han aparecido restos de conchas marinas, que parecen demostrar una cosa: el lugar se encontró alguna vez al nivel del mar, como ha sucedido con otros puntos del continente americano. Hay señales de mar en las montañas Rocosas de Estados Unidos y también en México. En ocasión de construirse en 1975 un edificio para la Universidad Autónoma Metropolitana, al oriente de la capital mexicana no sólo aparecieron unos inesperados huesos medio fosilizados de un mamut, sino que en capas inferiores se encontraron conchas de especies claramente marinas.

Si esto de los restos marinos resulta interesante más lo es el espectáculo que presentan las ruinas contiguas al lago, que cubren una superficie inmensa y corresponden a una ciudad cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos. Es verdad que el origen de esta ciudad, llamada Tiahuanaco -algunos autores insisten en llamarla Tiwanaku. que significa ciudad de los muertos-, no puede ser más oscuro, puesto que al llegar los españoles en el siglo xvi nada pudieron averiguar acerca del pueblo que en ella vivió. Decían los incas que debió ser fundada antes de aparecer las estrellas en el firmamento, palabras que podrían referirse a un antiguo cataclismo del que se había perdido todo recuerdo. También decían ciertas leyendas que Tiahuanaco fue fundada por seres venidos del cielo.

Los indios aymaras, que formaban el pueblo más antiguo de los Andes, muy anteriores a los incas, dijeron en 1545 al cronista español Pedro Cieza de León que en aquella ciudad vivieron los primeros hombres, barbudos y de tez clara. Esto obliga a preguntar por qué aquellos cultos barbudos fueron a construir su capital en lo alto de los Andes, donde escasea el oxígeno. ¿Requerían sus pulmones de una atmósfera enrarecida o acaso se produjo un día el levantamiento de la cordillera, que les obligó a abandonar la ciudad?

En la actualidad viven en estas alturas unos indios mal alimentados que viven de la raquítica agricultura, del turismo y de la pesca en el lago. Utilizan unas redes que se parecen, de manera más que sospechosa, a las utilizadas en el mexicano lago de Pátzcuaro, y en cuanto a las embarcaciones, son capítulo aparte. Están hechas con juncos y su forma es idéntica a las que navegaban antaño por el río Nilo y también a las del lago Chad, al sur del desierto del Sahara, donde se encuentran las figuras rupestres del Tassili con el famoso marciano. Otros lugares donde pueden verse estas embarcaciones de junco, con la misma forma que en el lago Titicaca, son las orillas del mar de Cortés, donde viven los indios sen, y en la isla de Pascua. ¿Existe alguna explicación para aclarar la presencia de un mismo tipo de embarcación en puntos tan aislados del planeta o se trata de una coincidencia?

En lo que a las embarcaciones de la isla de Pascua se refiere, se verá sin tardar mucho que no se trata de ninguna coincidencia.

Los años dejan sentir su huella en la piedra

A pesar de que pueden resistir el paso ie los años y los estragos del viento, la lluvia las inundaciones, los monumentos de piedra terminan por desgastarse y caer en pedazos. Sin embargo, las leyendas persisten, a pesar de su falta de consistencia. Triunfan sobre el tiempo, pero no sin recibir serios daños. Son deformaciones causadas por la ignorancia, la mala intención o. sencillamente, por una defectuosa transmisión. Pero es gracias a estas leyendas que pueden aclararse a veces ciertos misterios. Como sucedió en el caso de Tiahuanaco.
Las leyendas locales informan que Tiahuanaco fue abandonada en ocasión de un fuerte diluvio. ¿Cuál diluvio era ése, si no había ninguna posibilidad de verse inundada por el océano. al encontrarse a tan enorme altura? ¿Es que el cataclismo señalado en las leyendas fue en realidad el levantamiento de los Andes sugerido por algunos geólogos, el cual debió producirse en fecha mucho más reciente de lo que se suponía?

Cuando los incas arribaron a esta región, en el siglo xiii de nuestra era. el lugar que ellos llamarían Tiahuanaco estaba ya en ruinas. Y cuando tocó el turno a los españoles de conocer la ciudad, tres siglos más tarde,vieron una serie de calles pavimentadas, magníficos edificios provistos de sistemas sanitarios perfectos, como no los había en Europa, y templos monumentales que daban fe de la esplendorosa civilización que dominó a orillas del lago.

Encontraron también numerosas piedras a medio tallar o listas para colocar en los edificios inacabados. Y aquellas piedras no las labraron los incas, sino que estaban allí desde muchos siglos antes de ser fundado su imperio. Los conquistadores se sorprendieron al contemplar los bloques de doscientas toneladas, pero más se sorprendieron, muy agradablemente, al ver que los monolitos estaban unidos entre sí con grapas de plata.

Les resultó muy sencillo a los españoles desprender las grapas, sin caer en la cuenta de que, por culpa de su codicia, se aceleraría el proceso de desintegración de Tiahuanaco. Los bloques de piedra cayeron por el suelo y la ciudad perdió la fisonomía que había logrado conservar a lo largo de los siglos.

¿A quién representaba aquel hombre barbudo?

Los españoles no se limitaron a arrancar las grapas de plata. Los piadosos misioneros mandaron destrozar cientos de estatuas, por considerar que podrían perjudicar a la fe católica. Pero, afortunadamente, se salvaron algunas. Una de ellas sería conducida más tarde al museo de La Paz, capital de Bolivia, y fue una suerte que así sucediese, porque la estatua vino a confirmar lo que se había dicho en las viejas leyendas acerca de los hombres barbudos. Porque la estatua representaba a un ser humano provisto de una barba.

¿Representaba aquella estatua a Viracocha, legendario fundador de Tiahuanaco, también conocido como Kon Tiki? ¿Sucedió en esta región lo mismo que en el México prehispánico, y que se dio el nombre de Viracocha no a una sola persona, sino a un conjunto de extranjeros de características idénticas? ¿Tenían que ver estos Viracochas tiahuanacos -palabra que recuerda a los teotihuacanos adoradores de Quetzalcoátl- con los seres barbudos que arribaron a México?
Los extranjeros barbudos, dice la leyenda, llegaron del este, en circunstancias maravillosas. Esto resulta lógico en el caso de México. que tiene salida al océano Atlántico. pero ¿puede decirse lo mismo en el caso de Viracocha? Al este del lago Titicaca se extienden las elevadas montañas de Bolivia y más allá la jungla amazónica, y no parece probable que una embarcación pudiese navegar por estos lugares. A no ser que la nave fuese de otra clase y se moviese por el aire; y no faltan las leyendas que parecen referirse a esta clase de embarcación.

Una de ellas relaciona a las naves voladoras con cierta mujer de características muy especiales.Era de orejas largas y tenía cuatro dedos en cada mano

Hace cinco millones de años, una nave refulgente se posó en la isla del Sol y descendió una mujer de cabeza puntiaguda, cuatro dedos en cada mano y en cada pie y orejas desmesuradamente largas. Por esta razón, los asombrados indígenas dieron a la mujer el nombre de Orejona. Era una hembra inteligente, de porte noble, animada por las mejores ideas, puesto que se le ocurrió mejorar la raza terrícola, que dejaba mucho de desear.Informa esta singular leyenda que la dama de largas orejas se apareó con varios tapires y que de estas uniones monstruosas resultaron hijos con inteligencia menor que la materna pero cuyo aspecto fisico superaba al paterno. Tenían cinco dedos y las orejas de tamaño normal. ¿Qué oscuro simbolismo encierra este cruce aparentemente tan disparejo entre mujer y puerco? ¿Quiere decir que la mujer quiso realizar unas pruebas genéticas con los habitantes salvajes del lugar, que eran bestiales, para ver qué resultados obtenía?

Estos hijos del espacio serían más tarde los iniciadores de la nobleza local, y mirarían por encima del hombro a los infelices que tuvieron mamás como Dios manda. La madre del género humano, como algunos llamarían a la Orejona, que era el equivalente sudamericano de la Maya indostana o la Cibeles griega. pasó unos años en la región tiahuanaca. enseñando todo lo que sabía y creando seres de una raza más evolucionada. Finalmente, cuando creyó cumplida su misión -o no le quedaron ganas de llevar a su nave más candidatos a superpadres, o se acabaron éstos-, abordó el navío espacial, regresó a su planeta de origen y nunca más volvió a depositar en el suelo terrestre sus delicados pies de cuatro dedos.

A los descendientes directos de Orejona no les agradó demasiado no ser como ella en todo. No podían cortarse un dedo, porque les molestaría al caminar o al trabajar, pero, se les ocurrió colgar pesas de los lóbulos para alargar las orejas y volverlas tan enormes como las de su ilustre progenitora. Y sería ésta una de las características de la nueva raza, además de una odiosa presunción, que conservaron los descendientes sin saber cuáles eran las raíces de tan curiosa costumbre.

¿Cuándo se levantó en el aire el lago Titicaca? ¿Mucho después del arribo de Orejona? ¿Estando ella en el lugar, razón por la cual salió corriendo asustada? Las leyendas nada aclaran al respecto, pero dan a entender que un día se presentó el hombre barbudo, al que llamaron Viracocha, palabra que significa Espuma de mar. ¿Llegó este ser del planeta Venus, como opinan los investigadores del fenómeno OVNI? ¿Vino por el océano Pacífico a bordo de una embarcación, lo cual justificaría el apodo recibido? ¿Fue él quien dio a conocer a los habitantes de Tiahuanaco la técnica para construir embarcaciones de junco? ¿Les dijo cómo debían levantar edificios de piedra, semejantes a los que había en algunos lugares de Europa?

El monumento más importante de Tiahuanaco

El edificio más extraordinario de Tiahuanaco es una construcción de piedra que ha sabido desafiar al tiempo y a la acción demoledora del hombre. Tal vez se deba a la afortunada circunstancia de estar formado este monumento por una sola mole de piedra, nada fácil de mover. Lo llaman Puerta del Sol y tiene tres 422 metros de altura y seis de anchura.
Está tallado en un solo monolito de diez toneladas, decorado con tres hileras de cuarenta y ocho figuras dentro de un cuadrado, que ha sido causa de todo género de especulaciones en cuanto a su contenido. Estas figuras rodean a un personaje central que parece estar volando. ¿Será el Viracocha de la leyenda?

No se ha podido determinar si esta Puerta del Sol se abrió en otros tiempos a un patio o a un edificio de mayores dimensiones, ni por qué la llamaron así. ¿Le dieron este nombre porque durante el solsticio de verano asoma el sol por un lugar preciso y dirige sus rayos a la bahía de Pisco, donde se encuentra el famoso candelabro? ¿Y se trata de una coincidencia que la Puerta del Sol señale también a la estrella Sirio, llamada Sothis por los antiguos egipcios?
Estas observaciones resultan interesantes, pero no tanto como las que se refieren a los bajorrelieves de la Puerta, puesto que para los entendidos representan un calendario de muy especiales características: el que regiría en el planeta Venus, donde estuvo la patria de los fundadores de Tiahuanaco.

En 1937, un alemán de nombre Kíss había afirmado ya que el calendario como  figuras que rodean al personaje central en la Puerta del Sol, en Tiahuanaco. cuarenta y ocho en total, son seres voladores provistos de alas?

El calendario de la Puerta del Sol es de 290 días y no de 365. Inspirándose en la teoría de su paisano Hans Hórbiger sobre las lunas que cayeron sucesivamente sobre la Tierra, diría Kiss que nuestro planeta comenzó a girar más lentamente en torno al Sol, de resultas del encontronazo número tres con la Luna y que el año solar se estabilizó por fin en los 365 días y fracción que conocemos. Añadía que la luna terciaria se desplomó cuando los meses terrestres eran de 24 días.

En fecha más reciente llegó a similar conclusión el soviético Alexander Kazantzev, y añadiría que los seres grabados en los 48 cuadros poseen alas, igual que los personajes divinos y los animales alados de Babilonia y Persia.

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